El pasado 27 de noviembre falleció en su Hampshire natal, en Inglaterra, el director de cine Ken Russell, un cineasta que se caracterizó siempre por su espíritu transgresor, aconvencional, rupturista, algo que le hizo ganarse la admiración en general del público de gustos más heterodoxos como contrapartida a la profunda animadversión que su visión del cine despertó en la crítica de cine especializada.
Aunque siempre me gusta ver una película con un cierto espíritu crítico –crítico en el sentido de analizar la película, desmenuzarla, buscar en ella referencias, imágenes o frases que me lleven a descubrir las influencias de su director o su guionista, no en el sentido de señalar sus defectos o imperfecciones a priori- en este comentario no me voy a poner en el papel de crítico de cine. Técnicamente hablando, hay gente mucho más preparada que yo en esa materia, y por tanto, lo que quiero compartir con vosotros es mi visión de Ken Russell a la luz de su obra, que tiene mucho que ver con la música –tanto la música clásica como el rock- y con una forma de hacer películas que con independencia de que fuera más afortunada en unos casos que en otros, fue siempre original y personalísima.
Comenzó su carrera en el mundo de la imagen como fotógrafo de documentales en los años 50 al lado de muchas de las personalidades del fenómeno del Free Cinema inglés –Tony Richardson, Richard Lester, Lindsay Anderson- , lo que le llevó a trabajar en la BBC, donde ya en los años 60 se consolidó tanto en su faceta de director de documentales como de producciones para televisión. Ya desde esta primera etapa encontró en la música la principal fuente de inspiración para sus ideas cinematográficas, realizando en 1965 la controvetida The Debussy Film –película onírica, surrealista y contracultural, en cuya escena inicial aparece una mujer a la que se acribilla a flechazos, una intencionada referencia a la obra musical El Martirio de San Sebastian de Claude Debussy- para seguir con Isadora Duncan, the Biggest Dancer in the World, realizada en 1967, y en esa misma línea innovadora y rupturista con los arquetipos tradicionales, la polémica La Danza de los Siete Velos, que él mismo definió como “un cómic en imágenes sobre los siete episodios clave en la vida de Richard Strauss” y cuya exhibición en los cines provocó en 1970 una sesión de preguntas en el Parlamento británico, así como la indignación de los familiares del compositor, quienes lograron la retirada y la prohibición de la exhibición de la película en toda Europa, prohibición que actualmente sigue en pie so pretexto de que en la película existía –muy veladamente- una vinculación de la obra de Strauss con el nazismo.
En la década de los 60, además de sus iconoclastas biografías sobre compositores, destacó su docudrama de 1962 Pop Goes The Easel, una personalísima panorámica acerca del Pop Art, realizada con un estilo narrativo y cinematográfico absolutamente revolucionario, cuya influencia reconoció abiertamente Stanley Kubrick en La Naranja Mecánica. Sin olvidar, por supuesto, Un Cerebro de Un Billón de Dólares de 1967, una singular y sorprendente adaptación de un best-seller del escritor Len Deighton sobre el mundo del espionaje inglés en la guerra fría y Mujeres Enamoradas, película por la cual Glenda Jackson logró el Oscar de 1970 a la mejor actriz protagonista y en la que Russell rompió con uno de los tabúes hasta este momento intocables en el cine: la exhibición de un desnudo masculino total.
En los 70 Ken Russell se consagra como director de éxito multitudinario al tiempo que polémico y para las mentalidades más conservadoras, escandaloso y provocador: En 1970 logra otro éxito sin precedentes con The Music Lovers, una revolucionaria biopic sobre el compositor homosexual Tchaikowski, y un año más tarde, The Devils, otra controvertida película que escandalizó a la jerarquía católica por su visión de la iglesia como un estado en el que predomina la corrupción, y que por desgracia, por las presiones de los sectores religiosos y ultraconservadores, nunca ha sido exhibida ni en América ni en Europa con su metraje original. Menos problemas en este sentido tuvo su excepcional Mahler, biopic sobre el conocido músico, que en muchos aspectos ya prepara el camino a Tommy y que es una sorprendente manera de fusionar música e imágenes construyendo una narración llena de contrastes y de originalidad.
Pero su éxito mayor llega de la mano de Tommy, su adaptación al cine de la genial Opera Rock creada en 1969 por los Who, cuyo cantante Roger Daltrey asume el rol protagonista junto a actores como Oliver Reed, Ann Margret, Paul Nicholas o Jack Nicholson y con la participación de músicos como el propio batería de los Who Keith Moon o de Eric Clapton, Tina Turner o Elton John. Nominada a los Oscars en el apartado de mejor banda sonora y mejor actriz –Ann Margret- logró un éxito de taquilla espectacular en todo el mundo, especialmente en Estados Unidos a lo largo de todo el año 1975.
Película intencionadamente alejada del planteamiento del Tommy original de 1969 –por expreso deseo de Pete Townshend, quien precisamente eligió a Ken Russell para hacer la versión cinematográfica de Tommy con la idea de que éste le diera una orientación diferente, que ayudase al propio Townshend a liberarse del peso que Tommy se había convertido en su carrera-, y a pesar de que fue uno de los iconos de mi adolescencia, entiendo que vista con la perspectiva de hoy, tiene momentos realmente kitsch, y su estética, muy propia de aquel colorido histriónico de los 70, la haya hecho envejecer mal. Aún así, siempre destacaré del Tommy de Ken Russell su espíritu vanguardista –entendido con la mentalidad del momento- y algunas secuencias para mi memorables, tales como la onírica ceremonia en la Iglesia en la que Eric Clapton, sumo sacerdote del culto a Marilyn Monroe, trata de curarle de su bloqueo en una suerte de misa orgiástica con drogas y alcohol, la psicodélica escena con la Reina Del Acido, el trágico final con Tommy escalando la montaña, huyendo de si mismo y sobre todo, las animaciones de “Amazing Journey”. Estoy convencido que las animaciones de Gerald Scarfe y Alan Parker de las secuencias de The Wall cuando muestran las escenas de guerra y los aviones de bombardeo como crucifijos, están inspiradas directa o indirectamente en la secuencia de “Amazing Journey”.
El cantante de los Who Roger Daltrey también protagonizó ese mismo año Lisztomania, película denostada –injustamente- por la crítica en la que Russell aborda la vida del compositor Franz Liszt en contraposición con Wagner, a quien Russell retrata como un precursor del nazismo y al que caracteriza como un vampiro. Lisztomania fue un ejercicio de subversión de estilos, de transgresión narrativa y de imaginación desbordante, delirante, que a pesar de ser incomprendida por la crítica, me parece una película original, divertida, con un aire rockero innegable y en cuya banda sonora hizo un trabajo de una calidad extraordinaria un verdadero mito del rock progresivo: Rick Wakeman, teclista de Yes. En otro paso adelante dentro de la innovación técnica que aportó en esta década el cine de Ken Russell, tanto Tommy como Lisztomania fueron las primeras películas que se proyectaron en cines con pistas de audio codificadas en Dolby para escuchar mejor tanto la banda sonora como la música incidental.
En los 80, aunque la estrella de Russell empezó a declinar, en la que fue su última producción en Estados Unidos, La Pasión de China Blue (1985), volvería a dejar buena cuenta de su original forma de retratar personajes atormentados y de entremezclar sexo, religión, tabúes… impagables las interpretaciones en esta película, que espero algún día la crítica de cine entienda y aprecie en su justa medida, del falso predicador Anthony Perkins –imposible no recordar su papel de Norman Bates en Psicosis- y de Kathleen Turner, la prostituta que lleva una enigmática doble vida. Bajo mi punto de vista, Gothic, de 1986 –una visión surrealista y crispada de Lord Byron- sería su última gran obra para la gran pantalla.
Como en el caso de otros muchos directores, el establecimiento del cine como una macroindustria comercial basada en la obtención del beneficio máximo en tiempo record y con el mínimo riesgo, hizo virtualmente imposible que el tipo de cine a contracorriente que Ken Russell hacía tuviera la más mínima viabilidad comercial en América a partir de los 90. Diversificaría entonces su trabajo en otras áreas de la imagen –dirigió, por ejemplo, el famoso video-clip “Nikita” de Elton John- y volvió a centrarse en hacer producciones para la televisión.
Su cine, o por lo menos su cine de mayor éxito, el que dejára una huella más o menos profunda en generaciones posteriores pertenece a los años 60 y 70, años cuyo arquetipo estético y visual hoy es muy difícil de entender si no se han vivido, aunque sea tangenciamente, motivo por el cual gran parte de sus películas acusan fuertemente el paso del tiempo. Las generaciones que han crecido con otra concepción del cine tan radicalmente opuesta a la que Ken Russell podía representar, en modo alguno se sienten identificadas con sus historias. Pero volver a verlas es siempre un ejercicio de reencuentro y de apreciación de un tipo de lenguaje cinematográfico, de visión del cine, de un estilo sumamente personal propio como muy pocos de una época muy determinada, la última época en la que se pudo hacer, con éxito, repercusión y apoyo de la industria, cine experimental, cine que rompía con los esquemas tradicionales y que tanto formalmente como en todos los demás aspectos, proponía otras alternativas, otra forma de contar historias.
Ken Russell fue uno de los últimos supervivientes de aquella época del cine, hoy desterrada por el 3-D, los ordenadores, los constantes remakes como fórmula rutinaria de hacer dinero rápido y los técnicos de marketing ocupando el papel de los guionistas. Pero al menos, nos quedan sus películas en DVD y en algún que otro ciclo especial en la Filmoteca.
1 comentario:
The Devils es mi preferida...los biopics de músicos clásicos... son impagables, Hasta siempre KR!!!!!!!!!
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