lunes, 2 de noviembre de 2009

DROGAS Y ROCK´N´ROLL, MITOS Y REALIDADES (2): LOS AÑOS 60. OCEANOS DE ACIDO BAÑAN EL PLANETA ROCK

“El sexo practicado en un viaje de LSD se intensifica milagrosamente. Aumenta tu sensibilidad en un mil por mil. Es fusión, exhalación, fluido, unión, comunion. Todo es hacer el amor. LSD es vida multiplicada por infinito.”
Timothy Leary, 1968.

Toda vez que el rock pasa de ser, a mediados de los años 60, un estilo musical con más o menos éxito comercial a ser toda una filosofia de vida, a ser el medio de expresión de los deseos de cambiar el mundo de toda una generación, un elemento que jugó un papel determinante en un momento muy concreto de su evolución fueron las drogas. Tanto los músicos del rock californiano de la Costa Oeste (Big Brother, Jefferson Airlane, Grateful Dead, etc.) como los del incipiente rock progresivo ingles, (Pink Floyd, The Moddy Blues, Traffic, etc.), no vacilaron en probar toda clase de drogas para intentar expandir su creatividad y su imaginación hasta límites no conocidos a través de la percepción sensorial convencional: Xilobicina, DMT, la mescalina, haschis, marihuana… y muy especial el LSD, la dietilamida del Acido lisérgico, un potentísimo alucinógeno que fue legal en Estados Unidos hasta 1966 y que caracterizó toda la cultura hippie en música, estética (basta echar un vistazo a toda la serie de posters y carteles de conciertos del Fillmore East para comprobar la influencia de las visiones en ácido sobre esa peculiar forma de diseño gráfico) y en toda su forma de ser. No en vano, el grupo que se considera pionero del Heavy Metal tal y como lo conocemos hoy en Estados Unidos, Blue Cheer, -Dick Peterson, descanse en paz- tomo su nombre de un escrito “lisérgico” del que fuera junto a Timothy Leary el más conocido sintetizador del acido, Stanley Augustus Owsley.
De hecho, el nuevo fenomeno cultural que las drogas produjeron en la América de los años 60 es algo que todavía estudian y analizan sociólogos e historiadores. Las Universidades, en especial la de Berkeley en California, fueron el escenario de irrupción de una nueva mentalidad en la que concurrían por un lado el uso de drogas como medio de experimentación y de introspección de uno mismo con un rechazo total de las costumbre y usos sociales de la América conservadora, una búsqueda de la sexualidad libre, sin tabúes ni represiones, y un decidido activismo político por la paz y la solidaridad, coherente con su radical oposición a la Guerra de Vietnam. Los festivales de rock y las lecturas poéticas en los cafés de Haight-Ashbury en San Francisco, en donde se leia y comentaba a escitores y poetas como Jack Kerouac, Michael McClure, Allen Ginsberg o Michael Ferlinghetti fueron los centros neurálgicos de esta revolución social, en la que escuchar, tocar o vivir el rock era algo consustancial a fumar marihuana o tomar ácido. “Nunca hubiera podido existir la beat generation sin el haschis, el whisky y el blues” llegó a escribir Norman Mailer en 1975.
Jerry García y Bob Weir, de Grateful Dead fueron convencidos apologistas del consumo de ácido, hasta el extremo de que cuando en el otoño de 1966 el LSD fue declarado ilegal en América y se desató en California una operación de represión policial a gran escala para erradicar su consumo, la policia detuvo por posesion de “sustancias ilegales” a ambos músicos, que desde aquel momento tuvieron que luchar largas y complicadas batallas judiciales, llegando a ser encarcelados en más de una ocasión en los años 70.
No solo ellos sufrieron las consecuencias de la criminalización de determinadas drogas. The Doors, un grupo desde siempre vinculado a la experimentación con drogas –tal y como se cuenta acertadamente en la película de Oliver Stone, Jim Morrison introdujo a sus compañeros de grupo en la experiencia del consumo del peyote mexicano inspirado por el famoso libro de Carlos Castaneda “Las Enseñanzas de Don Juan”- fue perseguido por la policía de manera obsesiva en los últimos años de su carrera por la policia americana, y dentro de la caza de brujas que las autoridades emprendieron contra todos los estamentos de la contracultura, en 1968 la policía encarceló a John Sinclair, manager de los MC5 (un grupo de Hard Rock especialmente combativo y reivindicativo en sus letras) bajo la acusación de posesión de dos porros de marihuana que los agentes le obligaron previamente a aceptar encañonandole con un revolver. John Lennon, que estaba involucrado junto a Sinclair en la organización de un concierto contra la guerra de Vietnam justo cuando este fue detenido, fue uno de los principales impulsores de su puesta en libertad, que finalmente se llevó a cabo en 1971, toda vez que durante el juicio se desenmascaró la trama policial contra él.
En Inglaterra la situación era parecida. Tambien en las Islas el rock se había convertido en un movimiento que subvertía todos los valores existentes y cuya masiva aceptación y respaldo por la juventud de aquellos años se reveló incontestable. Por consiguiente, la máquina represiva también se puso en marcha, organizando una trama en 1967 para acusar a los Rolling Stones de posesión de drogas, entrando por sorpresa en la casa de campo de Keith Richards en West Wittering durante una fiesta que los Stones estaban celebrando. Haciendo caso omiso de que las pastillas encontradas en un bolsillo de la chaqueta de Mick Jagger eran medicamentos prescritos por un doctor y comprados con receta legal en Italia, asi como de que nadie pudo probar que las cenizas halladas en un cenicero fueran restos de haschis, Jagger y Richards fueron condenados por un juez de conocida ideología ultraderechista a seis meses de cárcel… de los que apenas cumplieron tres días. Fue tal el grado de protesta, fueron tantas las movilizaciones en pro de la libertad de los dos músicos que se admitió una suspensión cautelar de la condena en espera de la solución de un recurso, para que Jagger y Richards fueran liberados. Lo mismo sucedió en un proceso que tuvo mucha menos publicidad con el otro guitarrista de la banda, Brian Jones, el cual sí atravesaba en aquella época un serio problema de adicción a las drogas.
Ni los Beatles escaparon a la ola represiva. En octubre de 1968, John Lennon y Yoko Ono fueron detenidos en Londres y condenados a 200 libras de multa por posesión de marihuana, mietras que George Harrison y su mujer Patti Boyd fueron detenidos en marzo de 1969 al registrar la policia su casa y encontrar una cantidad de marihuana por la que se pretendió incluso acusarles de traficantes. Y aunque no tuvieron nunca problemas con la ley, no era un secreto para nadie que los Who tomaban anfetaminas a diario, que Eric Clapton y Jimi Hendrix fumaban hash con entera normalidad y que los Moddy Blues, gracias a sus amistades en Amsterdam, solían tener los mejores ácidos que se podían tener en Inglaterra entre 1967 y 1970.
Con todo ello, durante los años 60 la relación entre drogas y rock no produjo el tipo de episodios trágicos que se produjeron en los 70, y la naturaleza prácticamente inocua, desinhibidora y relativamente suave de aquellas drogas psicodélicas y del haschis y la marihuana, salvo casos muy excepcionales, nunca supusieron un problema de auténtica envergadura. Sin embargo, a finales de los 60 las drogas psicodélicas empezarían a perder terreno coincidiendo también con la crisis del movimiento hippie de mediados de los 60, y en su lugar sustancias mucho más peligrosas, como la cocaína y en especial la heroína, entraban en juego.
Las cosas iban a cambiar mucho. Probablemente, demasiado.

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