miércoles, 3 de septiembre de 2008

EASY RIDER - HISTORIAS DE CARRETERA II

Comienza la nueva temporada, y vuelvo -esta vez si, lo prometo- a reactivar el blog. He recibido comentarios y sugerencias de muchos amigos recriminándome que no lo actualizo mucho, y desde luego, me he hecho el firme propósito de que en esta temporada La Comuna estará mucho más activa y será de verdad ese espacio de intercambio que siempre he querido que sea.
Estos pasados meses, desde el final del año 2007 hasta ahora han sido difíciles en lo profesional y en lo personal, y a raíz de ello os confieso que en mucho momentos no me sentía con ganas de escribir. No estoy de acuerdo con la idea de que un blog deba ser algo mecánico, yo por lo menos considero escribir algo creativo, y cuando la cabeza esta en otras cosas... pues no sale igual.
De entrada, quiero volver sobre el último tema que traté, la película Easy Rider. Quiero publicar un comentario que me ha enviado Neus Jaumot desde Barcelona y que me ha parecido sumamente interesante acerca de la película en una visión global que comparto plenamente. De hecho, encuentro su comentario tan válido y tan apropiado que no me sustraigo a la tentación de publicároslo aquí.

Easy Rider: Ulises contra la pared

Cuando Wyatt (eficaz Peter Fonda) y Billy (carismático Dennis Hopper) emprenden su viaje iniciático desde California a Louisiana, al compás de los salvajes acordes de los Steppenwolf, como una reencarnación hippy de los clásicos fugitivos del western, realmente no saben en qué país ni en qué época se juegan los cuartos. De entrada, ya es significativo que tomen el itinerario inverso a la ruta 66, la de Kerouac, la de los colonos hacia la soñada como tierra de promisión. Ellos, en cambio, se dirigen de cabeza al sur profundo de los Estados Unidos de 1969, la tierra de los KKK, de la segregación, la vieja y odiosa Dixie.
Al contrario que el héroe homérico, estos Ulises contemporáneos no viajan de vuelta a casa sino hacia un horizonte abierto, en busca de la aventura, la libertad, la fantasía. Quieren exprimir las sensaciones que les proporciona la juventud, el dinero, la posibilidad de una vida al margen, no sujeta al orden establecido; pretenden explorar los límites, abrir bien los sentidos y gozar de todo aquello que vayan encontrando en su camino. Entonar el canto de sí mismos mientras se fuman sus hojas de hierba.
Sin embargo, al igual que en la odisea griega, estos jinetes contemporáneos se verán inmersos en una serie acontecimientos inesperados, desde la felicidad arcádica y frágil de la comuna, hasta la inmersión en el bullicio dionisiaco del carnaval de Nueva Orleáns, pasando por la cárcel, los viajes psicotrópicos y psicodélicos, con necrofilia incluida, experiencias que irán progresivamente tiñéndose de tragedia hasta desembocar en el sacrificio final.

Tragedia inevitable, ya que en este fresco de la América rural van apareciendo las tensiones coexistentes en una sociedad donde, a la vez que estallan por doquier nuevas formas de expresión y de ansias de conocimiento, aspiraciones de libertad y de ruptura con el sistema, el peso sofocante de la inercia del viejo orden, de la tradición intolerante, aliadas con la ignorancia y el miedo a lo diferente, amenazan con caer como ángeles exterminadores, con toda su brutalidad represiva, sobre cualquier intento de subversión.
Los rednecks de la Louisiana provinciana y atrasada serán los verdugos encargados de llevar a cabo el linchamiento de los tres forasteros – a Wyatt y Billy se les ha añadido George, un simpático Jack Nicholson-, los cuales se convierten en víctimas propiciatorias de una comunidad extremadamente conservadora, que vive la intromisión de nuestros cowboy-ramblers como una peligrosa amenaza para su estabilidad. Sólo que ahora no saldrá ningún sheriff bonachón al estilo de James Stewart para salvarles el pellejo.
Así pues, en lugar de a Ítaca, nuestros héroes llegaron a Attica. En curiosa asociación de ideas, la semblanza fonética nos ha llevado a otra odisea rebelde, coetánea de nuestros Riders, sólo que ésta sin paseo previo por el paraíso whitmaniano: el levantamiento de la población reclusa de la prisión de Attica en septiembre de 1971 -magistralmente trasladado al cine en 1994 por John Frankenheimer en “Against the wall”- sólo podía acabar en ríos de represión y muerte, muerte a mansalva. Durante cuatro días de aquellos que conmueven al mundo, los presos de Attica vivieron un extraño sueño en que, desde el cubo de basura del sistema, osaron levantar la mirada al cielo y, tensando la cuerda de los límites más allá de toda prudencia, emprendieron su particular odisea desde el infierno y obligaron al poder si no a negociar, sí al menos a escuchar su voz. “La voz de los sin voz”, como diría más tarde, desde otro penal, su hermano y heredero Mumia Abu Jamal.
No existía ninguna Ítaca para ellos, y lo sabían. Ni en Estados Unidos ni en África, quimera de los líderes afroamericanos del motín (potentísimo Samuel L. Jackson en la pantalla). Ni en ningún lugar del mundo. Ilusiones, esperanzas y derechos perecieron ahogados en un inmenso charco de sangre.
La ligazón entre ambas películas, aparte de sus diferencias contextuales y de género –ficción una, documento histórico la otra- reside en el esfuerzo por reflejar, de distinta forma, los diversos intentos de revolución americana, tan contradictoria y policroma, durante los prodigiosos años sesenta y setenta del siglo pasado.

Con todo, la lectura desde nuestros días de Easy Rider va mucho más allá de una crónica sujeta a su tiempo, como la representación de la huida hacia delante, imposible pero a la vez inevitable del hombre moderno, su intento de transgresión de los límites, aunque esto suponga hacer frente a los cíclopes y monstruos que encarnan las fuerzas reaccionarias de todas las épocas. En ese sentido la película conserva toda su frescura y su inserción en la contemporaneidad.
Como entonces, el ansia de búsqueda y conocimiento continúan siendo revolucionarios y, a menudo, trágicamente castigados. No hay que olvidar que todos los compañeros de Odiseo perecieron en el transcurso de la expedición, y que sólo él sobrevivió para contarlo.
Para acabar, hemos encontrado, en el título de una novela catalana del mismo año 1969 –por lo visto, una época prometedora en todas partes-, lo que nos parece el epitafio más adecuado a esta historia:

“OFERIU FLORS ALS REBELS QUE FRACASSAREN”*

(Ofreced flores a los rebeldes que fracasaron)

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Neus, muchas gracias por enriquecer mi blog con tu comentario. Ojalá te pases más a menudo por aquí...

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